Querido desconocido:
El acoso escolar siempre estuvo ahí, desde el
principio de los tiempos y estoy segura de que siempre habrá alguien que se
crea mejor que otra persona y que le cause algún dolor ya sea de forma
intencionada o no.
Dicen que no hay edad para que un niño sea malo,
que los niños son muy crueles y que sólo dicen verdades. Y es verdad.
En mi caso lo comprobé entre primero y segundo de
primaria (6 y 7 años). Primero empezó un niño llamándome con un nombre, un mote
feo y muy despectivo. Pero sólo era eso, un niño malo haciéndose el malote a mi
costa. No le di importancia ya que no me importaba mucho.
De aquella era una niña muy alegre, me había criado
con mis familiares y mis vecinos y me encantaba hacer nuevos amigos por lo que
si un niño no quería jugar conmigo o ser mi amigo, daba media vuelta y me iba a
preguntarle a otro. Así de fácil. Era muy extrovertida y amigable.

Los primeros años no fueron tan malos. Y sí, hablo
de años porque estuve sufriendo acoso escolar hasta el instituto (13 años),
podéis hacer cuentas si queréis.
Tenía una amiga, sólo una. Y no era tan amiga como
cabía esperar, la verdad. Pero estaba sola, aislada de todos y me sentía tan
mal sin tener a nadie con quién jugar en el recreo que hasta me habría hecho
amiga del chico que empezó todo eso. Pero lo malo de tener una no-amiga, era
que fuera del colegio estaba igual o más sola que en él.
Hubo momentos en los que incluso llegué a culparme
a mí misma. Pensaba que yo me lo merecía, que había hecho algo malo para que
todo el mundo me tratase así, para no ser aceptada por mis compañeros.
Y lo peor de todo es que los “adultos” lo sabían.
Sabían exactamente cuál era el “mote” que me habían puesto desde el principio,
lo oían, se lo reclamaba, les pedía ayuda. Y sólo me decían: “tú, oídos sordos”,
“no les hagas caso”, “son sólo niños, no lo dicen en serio”. Como si eso fuese
de ayuda…
Lo malo del lugar donde vivo es que todos conocen a
todos, o casi todos. Por lo que mi “mote”, estoy segura de que la mitad de esa
gente ni siquiera llegó a saberse mi nombre, era conocido en los colegios de
alrededor. De repente iba por la calle y algún niño o niña me reconocía y me
insultaba, como si nada.
Tuve muchos problemas con mi “no-amiga”, ya que
ella era tan retorcida y mala como todos los demás. Era muy falsa y se portaba
bien conmigo cando estábamos solas, pero si alguien más estaba delante era una
bruja con gorro y escoba. Me peleé muchas veces con ella ya que sabía que no
era buena y más de una vez me intentó aislar, teniendo en cuenta el número
reducido de niñas con las que me llevaba, le resultaba demasiado fácil. Por eso
mismo dejé de ser su amiga, y a cambio, me aisló convenciendo a todos de que no
me hablasen…
Conforme pasaba el tiempo empecé a deprimirme, a
tener ansiedad en espacios muy concurridos, a volverme más retraída ante los
niños de mi edad, a caminar mirando al suelo, a confundirme al hablar y a tener
miedo a hablar en público… Me volví una niña tímida y sin ganas de hacer más
amigos. Mi autoestima estaba por los suelos, cualquier comentario que oyese en
el colegio pensaba que era sobre mí, una risa sin razón ninguna, dos chicas
hablando bajo… Todo se me venía encima. Y cada vez iba a peor… Llegó un momento
en el que no daba más, en el que estaba cansada, agotada emocionalmente, sin
ganas de seguir aguantando con esa tortura. Hasta que llegué a autolesionarme,
a cortarme, e intenté suicidarme.
Pero estoy
aquí…
Tras mi intento fallido de suicidio (no es algo
fácil de hacer) la directora del colegio intentó erradicar por completo todo el
acoso que estaba recibiendo. ¿Lo consiguió? Ni de broma. Sólo disminuyó
notablemente, ya no me llamaban por el “mote” delante de los profesores o
delante de cualquiera que se lo pudiese decir a un adulto.
Mis padres me llevaban más a menudo a ver a mi
pediatra, quien estudió psicología o algo de eso, ya que cada vez que iba no
paraba de hacer como que sabía sobre el tema. No me ayudó nada.
Mi tutora del colegio, en cambio, fue la única que
encontró una forma de hacerme sentir bien en el colegio. De hacer que volviese
a tener ganas de ir, que mereciese la pena levantarse todos los días para ir a
un lugar donde creía que no era bien recibida. Cada día, en el recreo, podría
pasarlo en la biblioteca, ya fuese ayudándola a ella a ordenarla, haciendo los
deberes o leyendo cualquier libro. Desde ese momento no volví a pisar el patio
del recreo. Mi estrategia era evitar a mis compañeros el máximo tiempo posible,
sobre todo en el recreo.
Por otra parte, ese año me hice amiga de una niña
que iba un curso por debajo del mío y que era nueva en el colegio. Compartíamos
bus y vivíamos cerca, por lo que bajábamos y subíamos en la misma parada. Eso
hizo que empezásemos a sentarnos juntas y a hablar sobre nuestras aficiones y
las series que veíamos, compartíamos muchas. Poco a poco nos fuimos haciendo
amigas y aunque ella ya tenía a su grupo de amigas me incluyó sin ningún
problema. Era una verdadera amiga, que me aceptaba tal y como era y que no hacía
caso a lo que los demás dijesen de mí.
Ella intentó que sus amigas se convirtiesen en las
mías, y la verdad es que lo aprecio un montón aún hoy en día. Se podría decir
que lo consiguió, pero no del todo ya que alguna de sus amigas no eran como
ella. Ellas sí se dejaban llevar por la primera impresión y del qué dirán, por
lo que sólo una de sus amigas me incluyó en sus círculos.
Poco a poco, fui mejorando emocionalmente. Seguían
llamándome cosas y algunas veces se referían a mí por el “mote” en vez de por
mi nombre, pero tenía una pequeña vía de escape (la biblioteca) que si bien me
hacía estar sola y aislada, por lo menos me hacía sentir bien. Y de regreso a
casa no estaba sola, tenía a mi nueva amiga.
Pero seguía sin salir de casa una vez acabado el
colegio. Me tiraba en el sofá, hacía los deberes y veía la televisión…
Vivo cerca de un parque infantil al aire libre que
siempre estaba lleno de niños, pero yo nunca iba por miedo a encontrarme a
algún niño del colegio y por miedo a que los niños del parque me tratasen como
los niños de mi colegio.
Pronto inauguraron un centro social con biblioteca,
aula de informática y muchas actividades, como reproducciones de películas
infantiles. Empecé a ir por obligación, mis padres estaban cansados de verme en
casa sin hacer nada. Pero me gustó mucho, allí no solían ir los niños de mi
colegio, así como no iban a la biblioteca del colegio. Tampoco iban muchos
niños de mi edad, pero no me importaba. La gente que trabajaba allí era muy
amable y me trataban bien, por lo que empecé a ir más a menudo… Hasta que fui cada
día desde que abría por la tarde hasta que cerraba.
Estaba en mi burbuja, curándome poco a poco,
recomponiendo los trozos rotos, curando cicatrices. Haciendo que el tiempo
pasase hasta llegar a mi meta: el instituto.
Para muchos el instituto es la peor parte, para mí
fue la mejor. ¿Un instituto en el que había cinco clases de primero y al que
iban alumnos de más de seis colegios diferentes? El paraíso. Las probabilidades
de que me tocasen con más de cinco compañeros de mi colegio eran pocas, por lo
que estaba muy emocionada. ¿Y dejar atrás los peores años de mi vida, y con
ellos a las personas más horribles que había conocido? Me moría de
ganas.
El instituto fue la mejor parte, donde por fin dejé
atrás todo lo malo. Sí, había gente que me seguía insultando, y ahora eran
insultos peores que los de antes. Pero ya no estaba sola. Había hecho nuevas
amigas, cada cual más peculiar que la anterior, algunas compartían las mismas
cicatrices que yo y otras eran las causantes de dichas cicatrices en otras personas.
Un grupo muy peculiar, pero funcionaba de alguna manera.
El primer año me lo pasé en la biblioteca, donde
conocí a algunas de mis nuevas amigas pero, juntas, pronto la abandonamos para
unirnos y afrontar el instituto. También conocí a otras amigas nuevas, más
macarras, más malas, pero que eran así porque también en su momento habían
sufrido. Conseguí que dejasen de atormentar a los demás para protegernos de los
que eran como ellas, a cambio tendrían nuestra amistad.
En un instituto tan grande, pronto dejé de tener
importancia para esas personas que antes me tenían en su punto de mira y me
convertí en una más. Habían rumores acerca de mí, pero tan sigilosos que eran
sólo una brisa en comparación con todo lo que había pasado. Ya no me
importaban.
Cualquiera que me vea, jamás pensará que pasé por
todo esto. Porque lo que he aprendido de mi experiencia es a actuar. Ser capaz
de transmitir un sentimiento que no sientes: alegría, simpatía… Sólo para no
preocupar a la gente que quieres.
Tener una sonrisa en la cara puede doler mucho,
pero duele incluso más ver que los demás sufren por no verte sonreír…
Pero lo mejor de todo es que pronto dejé de actuar.
Poco a poco volví a abrirme. Me costó, y aún me cuesta con la gente
desconocida. Eso sí, una vez que cojo confianza soy muy extrovertida, pero esa
confianza hay que ganársela. Tengo más autoestima que antes, pero me sigo
angustiando en los espacios muy concurridos… Aprendí a ver lo bueno que hay en
la gente, y a ser comprensiva con la gente que ha sufrido en algún momento.
Tengo cicatrices que nadie me podrá borrar, a veces
pueden doler un poco, pero sonrío. Porque esas cicatrices me hacen ser la
persona que soy hoy y esa persona me gusta. Porque ahora sé apreciar a la gente
que de verdad me aprecia.
S M I L E :
)
You are beautiful
![]() |
Juzgamos porque no entendemos. |
Cuando leí esta historia,
me sentí cautivada por todo lo que se narra en ella. La experiencia que pasó
esta persona a lo largo de su vida es, sin duda, una en la que estoy segura
muchos se identificarán. Me lastimó leer no solo que le hubiesen hecho bullying
y la hiriesen tanto, pero lo que más me dolió fue imaginar a una niña de... 7,
8 años, ¿tal vez? Teniendo que sufrir por todo esto; cambiando sin darse
cuenta, por el daño que en algún momento le causaron.
Es indignante ver cómo
siempre habrá alguien a quien guste hacer daño: al que le encante ponerte
apodos o hablar mal de ti con el colegio entero, pero gratificante darse cuenta
de que existen personas lo suficientemente capaces de sobrevivir a esto y mucho
más (con sus altibajos por supuesto).
Lo que más me gustó de esta
carta, es que la chica logró superarse: ella supo cómo levantarse de lo que le
sucedió y realmente lograr que la hiciera más fuerte. Que la hiciera lo que es
hoy. Y como menciona: hay cicatrices, pero son buenas, porque la hacen lo que
es en la actualidad. Y espero de corazón que haya muchos de ustedes que hayan
logrado superarse y que si están en una mala experiencia, podamos ayudarlos a
sobrellevarla.
Le quiero dar las gracias a
la persona que envió esto; ¡es nuestra primera Carta a una verdad! La verdad me
sentí realmente bien al ver que tuvo la confianza de darnos su historia, pero
por sobretodo de leerla y poder saber más sobre este tipo de experiencias. Mil
gracias a vos(:
Por otra parte, cualquiera
que desee contar su historia con el bullying (pueden estar pasando por ello o
ya lo pasaron), o cualquier situación dañina, escríbanos en Cartas a una
verdad, tenemos un formulario donde nos pueden escribir con más facilidad
anónimamente(:
Eeeeeeeeeeeeeen fin.
Espero que les haya gustado
esta carta tanto como a mí y que opinen mucho :D
Recuerda: llorar no es
malo; sin agua, no habría vida.
Leeeeeeeees mando besos y
apapachos GIGANTESCOS,
Mel(: